La pesca: un oficio del pasado que sobrevive al presente

25 03 2010

Hay pesacadores de corazón y hay pescadores de profesión

La tradición pesquera ha sido, desde hace siglos, algo íntimamente ligado al pueblo catalán. Las embarcaciones enfilan el mediterráneo día tras día para recorrer las zonas cercanas a la Costa Brava dónde se encuentra buena pesca. Sepia, boquerón, sardina, pulpo. Decenas de especies son pescadas en las cálidas aguas del Mediterráneo para venderse luego tanto en España como en el extranjero. Y es que la globalización ha llegado incluso a este tradicional oficio.

La profesión de pescador ya no es lo que era. Los altos costes, así como las dificultades burocráticas y la dureza del trabajo diario, han frenado un negocio que tuvo épocas de gran esplendor. Los viejos pescadores recuerdan las décadas de los 60 y 90, en las que los precios de las capturas compensaban sobremanera el duro trabajo de cada jornada. Pero, ya no es así. Raro es el joven que decide embarcarse en lugar de estudiar una carrera de las llamadas “con futuro” y aún más raro aquellos valientes que se deciden a empezar de cero. En las cofradías, las tradiciones familiares son bastante comunes ya que los hijos se benefician de la experiencia de sus mayores no sólo para aprender, sino para captar recursos: barco, material, trabajadores, etc.

Este es el caso de Domenec Bardí. Hijo, nieto y padre de pescadores, ha dedicado al oficio del mar más de 35 años de su vida, sin lamentarlo: “Uno tiene que hacer lo que le gusta. Y yo no puedo vivir sin el mar. Sin bajar al puerto, conocer las capturas de los compañeros, localizar nuevas rutas donde faenar”. A su lado, su hijo Roger comparte sus palabras. Desde hace seis años trabaja con su padre y su tío en el Domingo, el barco que lleva el nombre de su abuelo paterno y que forma parte de la flota de municipio barcelonés de Vilanova i la Geltrú. Su tarea principal es mantener controlados los motores del barco aunque también arrima el hombro en el momento de la recogida.

El "Domingo", amarrado en el puerto de Vilanova i la Geltrú

Roger dedica a la pesca la mayor parte de sus días: las jornadas de trabajo van desde las 12 de la noche hasta bien entrada la mañana. Pero, por si no fuera suficiente, hasta hace poco las tardes las dedica a sacarse el título de patrón y mecánico.

Pese a todo, el caso de Roger no es lo más habitual. Los pesqueros que antaño contaban con siete marineros hoy tienen apenas tres y los más grandes, raras veces consiguen superar la decena. Es la triste realidad de la pesca a día de hoy.

Sin embargo, esta falta de pescadores ha ayudado a que cientos de inmigrantes encuentren empleo en la marinería. Tras un curso de un mes de duración en el que aprenden las cosas básicas (nudos, técnicas de seguridad laboral, etc.), pueden buscar trabajo como marineros. “El número de inmigrantes ha aumentado mucho con los años” afirma Luís, un almeriense que se dedica a la pesca desde el año 75. “Por lo general no hay problemas. Lo malo es cuando te insultan ¡qué no te enteras!” , dice riéndo.

Entre faenas y subastas

Las diferentes embarcaciones suelen dedicarse a diferentes tipos de pesca y cada una de ellas, a su vez, aprovecha diferentes horarios y zonas. La de arrastre, por ejemplo, dedicada principalmente al marisco o especies que viven cerca del lecho marino, es diurna. Por su parte, la de superficie, es nocturna. Y la razón es puramente práctica: la luz del sol difumina los grandes bancos de peces y dificulta su pesca. En la noche, cuando los bancos tienden aagruparse, es más fácil darles caza.

Algunas zonas de la costa tienen ventaja sobre las demás. Durante décadas la pesca se dirigió al Golfo de León, en la Costa Azul. Aquí, las aguas cercanas a Tarragona concentran estos días buenas faenas y, en ambos casos, la desembocadura de los ríos tiene mucha culpa. Tanto en el delta del Ródano como en el del Ebro, las aguas arrastran restos y residuos del lecho fluvial. Éstos, una vez llegan al mar, convierten dichas zonas en las preferidas por los peces. Además, cuando se acerca la primavera comienza la época de cría y los barcos se lanzan a estos paraísos para tratar de llenar sus redes.

Una buena jornada de pesca puede alcanzar las cerca de cuatro toneladas de pescado

El puerto y la lonja marcan el fin de las faenas pesqueras. Tras descargar la captura, toneladas de pescado en cajas con el logo de la cofradía entran en    la      lonja. Allí, decenas de compradores esperan mando en mano, ya que las nuevas tecnologías no perdonan y los tradicionales gritos han dado paso a puja digital. Mientras el pescador impone el precio de salida, los compradores esperan al último momento para llevarse la mercancía a buen precio. Nunca se sabe cuál será el resultado y hasta el último minuto es difícil saber si mereció la pena la jornada o fue un gasto casi inútil de tiempo, sueño y gasoil.

En cualquier caso el final suele ser el mismo. Acodados en la barra, con la piel seca y cuarteada por el frío y el mar, los marineros apuran en silencio la taza de café o el vaso de licor. A la noche volverán a echarse a las aguas, con la esperanza de que, cuando recojan las redes, estas rebosen de vida, aletas y escamas de plata.